Salvador Bermúdez de Castro,   España, 1817


Flores de un día

¡Calla por Dios! del cántico el sonido
tristes recuerdos en mi mente evoca;
cada palabra de tu hermosa boca
hiere, cual flecha, mi doliente oído.

En lo pasado el corazón perdido,
dulce ilusión, al evocarte invoca:
proyectos vanos de mi audacia loca,
dulces sueños de amor, ¿dónde habéis ido?

Yo no lo sé, pero cansancio inerte
vuestros odiosos gozos me dejaron,
y ora la ansiada paz busco en la muerte:

Las penas en mi pecho se ensañaron,
y a las angustias de mi horrible suerte
los dioses que adoré me abandonaron.


Tempestad

Por entre escollos, en mi intento ciego,
mi frágil nave en soledad perdida,
por los desiertos mares de la vida,
buscando un mundo, cual Colón, navego.

Mas no entre llanto sonará mi ruego,
aunque las sirtes del abismo mida,
aunque los aires lóbregos divida
con roja luz relámpago de fuego.

¡Ah! ¿Qué me importa en la común corriente
ir de otro mundo a la remota arena,
si alzo a las nubes mi tranquila frente?

Brille de orgullo mi bandera llena,
y entre las olas por el roto puente,
y cruja el viento en la quebrada entena.


 
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