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Salvador Díaz Mirón, México, 1853
A las cosas sin alma
Cosas sin alma que os mostráis a ella
y la servís en muchedumbre tanta,
¡temblad! La móvil hora no adelanta
sin imprimiros destructora huella.
De la materia más resistente y bella
tomad lo que más dura y más encanta;
si sois piedra, sed mármol; si sois planta,
sed laurel; si sois llama, sed estrella.
Mas no esperéis la eternidad. El lodo
se disuelve en la onda que lo crea.
Dios y la idea, por distinto modo,
pueden sólo flotar en la marea
del objeto y del ser. Dios sobre todo,
y sobre todo lo demás la idea.
A ella
Semejas esculpida en el más fino
hielo de cumbre sonrojado al beso
del sol, y tienes ánimo travieso,
y eres embriagadora como el vino.
Y mientras: no imitaste al peregrino
que cruza un monte de penoso acceso,
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.
Obrando tú como rapaz avieso,
correspondiste con la trampa del trino,
por ver mi pluma y torturarme preso.
No así al viandante que se vuelve a un pino
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.
Copo de nieve
Para endulzar un poco tus desvíos
fijas en mí tu angelical mirada
y hundes tus dedos pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.
¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?
Tu mano espiritual y transparente,
cuando acaricia mi cabeza esclava,
es el copo glacial sobre el ardiente
volcán cubierto de ceniza y lava.
A ti
Portas al cuello la gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.
Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.
Quiero pugnar con el amor, y en vano
mi voluntad se agita y endereza,
como la grama tras el pie tirano.
Humillas mi elación y mi fiereza;
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.
A Blanca
¡Tu belleza mirífica no asoma
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que llega del jardín cual un aroma,
pero cual un aroma que cantara!
¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que viene de un amor, cual un almíbar,
pero cual un almíbar que cantara!
Al separarnos
Nuestras dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.
Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del cielo azul.
Y hoy que nos hiere la suerte impía,
nos preguntamos con inquietud:
¿cuál es la tuya? ¿cuál es la mía?
Y yo no acierto ni aciertas tú.
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