Sara de Ibáñez,   Uruguay, 1909


Isla en la luz

Se abrasó la paloma en su blancura.
Murió la corza entre la hierba fría.
Murió la flor sin nombre todavía
y el fino lobo de inocencia oscura.

Murió el ojo del pez en la onda dura.
Murió el agua acosada por el día.
Murió la perla en su lujosa umbría.
Cayó el olivo y la manzana pura.

De azúcares de ala y blancas piedras
suben los arrecifes cegadores
en invasión de lujuriosas hiedras.

Cementerio de angélicos desiertos:
guarda entre tus dormidos pobladores
sitio también para mis ojos muertos.


Isla en la tierra

Al norte el frío y su jazmín quebrado.
Al este un ruiseñor lleno de espinas.
Al sur la rosa en sus aéreas minas,
y al oeste un camino ensimismado.

Al norte un ángel yace amordazado.
Al este el llanto ordena sus neblinas.
Al sur mi tierno haz de palmas finas,
y al oeste mi puerta y mi cuidado.

Pudo un vuelo de nube o de suspiro
trazar esta finísima frontera
que defiende sin mengua mi retiro.

Un lejano castigo de ola estalla
y muerde tus olvidos de extranjera
mi isla seca en mitad de la batalla.


Plegaria

Si Tú estás allí, en lo oscuro,
señor sin rostro y sin pausa;
si tú eres toda la causa
y yo tu espejo inseguro.
Si soy tu sueño, y apuro
sombras de tu sueño andando,
pronuncia un decreto blando:
líbrame de no pensar,
y echa mi polvo a vagar
eternamente pensando.


 
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