Sheila Vázquez,   Puerto Rico


Desesperación

Un día en la sala de mi casa,
meditaba, pero aquella loca gritaba,
no me concentraba, el perro labraba.
Mi hermano me hablaba, pero yo
no lo entendía, el niño lloraba, la madre
le pegaba, el infante no dejaba de llorar.
Su ternura prevalecía en una parte de mi mente,
mientras los gritos de su madre, en mi otra parte,
chocaban con la simplicidad de ese ser inocente.

Lloraba, lloraba, y no lograba callarse.
Su edad no le permitía comunicarse, su chupón
no lo dejaba ser entendido.
La desesperación de su madre era
tanta, que el niño dejo de
llorar para siempre.


 
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