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Simón Calcaño, Venezuela, 1835
La muerte del poeta
Canta la patria y el amor, ferviente
culto tributa a la virtud divina;
como el sol los espacios ilumina,
que un rayo de su luz lleva en la mente.
No se dobla ante el déspota insolente
ni el oro vil su corazón domina;
ante el altar de la verdad inclina
ceñida de laurel la noble frente.
Y cuando al fin de la vital jornada
viene la muerte a detenerle el paso
y apaga el numen que agitó al gigante,
baja el Poeta a la postrer morada
como desciende el sol hacia su ocaso
dejando tras de sí rastro brillante.
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