Sydia Candanedo de Zúñiga,   Panamá


Amor materno

Cuando se tiene un hijo, no sé cómo decirlo,
se abren las compuertas del amor hecho sangre;
todo se contamina de una dulce ternura
y el horizonte claro se siente en las entrañas.

¿Por qué será que entonces todo se ve distinto:
la hormiga que murmura en su débil corola,
la blanca flor de armiño que estremece la aurora
y la pupila abierta que arrulla nuestro espíritu?

Tener un hijo cambia la vida de las vidas,
es como renacer y sentirse de nuevo
como un capullo blanco, inocente y eterno,
tal como niño sano corriendo en la llanura.

Y en esa idea fecunda de mareas y de ensueños,
en el alumbramiento de años y de días,
va la madre en silencio cubriendo los altares
de los nuevos retoños abiertos a la vida.


 
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