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Vicente Wenceslao Querol, España, 1836
Del lodazal de la tierra...
Del lodazal de la tierra
el sol, con cálidos rayos,
sabe engendrar los vapores
que llevan por los espacios
la grande voz de los truenos
y el brillo de los relámpagos.
Los ténues vapores grises
que enturbian los cielos claros,
al soplo del cierzo frío
en blanda lluvia trocados,
bajan de nuevo a la tierra
para convertirse en fango.
Alma mía, cuando el fuego
te abrasa del entusiasmo,
libre hasta los cielos subes;
pero, cuando el desengaño
te hiere frío, desciendes
triste a la cárcel de barro.
Golondrina de otoño
Del norte huyendo las glaciales brumas,
de África busca el prolongado estío,
y rauda pasa, las azules plumas
rozando leve en el cristal del río.
Si atrás pudiera yo, corazón mío,
dejar así el dolor con que me abrumas,
el nido huyendo de mi hogar vacío,
surcara, oh mar, tus pérfidas espumas.
Pero ella ve el turbión que se avecina
y va a otros climas de apacible calma,
porque remonta hasta el cenit su vuelo.
Yo imitaré a esa pobre golondrina
y hallaré la perdida paz del alma
subiendo en alas de la fe hasta el cielo.
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