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Vilma Tapia Anaya,   Bolivia, 1960 
  
Puerta
  
En ti se inicia cada acto 
alta, firme 
eres señal de la memoria.
  
Tu densidad se hace 
(lo mismo que la sangre) 
de voces que se confunden. 
Eres una boca grande 
que devora 
las muecas del alma. 
Infatigable, das el pecho por nosotros 
a la impiedad. 
  
Desde la cima de la Montaña
  
Desde la cima de la Montaña descubro el mundo. 
La música de una gaita recorta el horizonte 
y mis ojos reverentes siguen su filo preciso.
  
Extiendo mis brazos 
la cebada y mis ropas son mecidas 
por el viento que me crucifica 
¿Habrá mayor contento? 
El sol arrodillado en la Montaña 
dice su última oración conmigo.
  
La voz de la Montaña envuelve 
en su propio juego a los niños. 
Gobierna los sueños. 
Conduce largos rebaños de ovejas 
hacia escondidos valles de trébol 
y pequeñas flores rojizas.
  
La Montaña derrama una densa neblina 
detrás de ella se confunden 
inviernos con inviernos 
veranos con veranos 
nombres, visiones 
puentes, caminos. Orillas.
  
Al pie de la Montaña yo alimento a la vida 
soy mis manos y otras manos. 
Soy la tierra. 
Memoria de la memoria. 
Liberada de la pena 
en un cuévano voy reuniendo las uvas. 
  
 
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