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Walter Adet, Argentina, 1931
Canto de amor
Polvo trepándose
a mi sombra
cielos con pájaros de arena
yo caminé sobre las aguas
a dejar huellas en la tierra.
Sobre las aguas
de tu cuerpo
donde la siembra
es mi cosecha
donde nos deshojamos
en el otoño
de la piedras
Lira y soneto a Dios
Por la tierra y el cielo,
con la manos del agua entre los tallos
te busca mi desvelo;
y me cabe en la boca todo el suelo
si te arrasan de verle los caballos.
Busco tu huella por el claro del día
y por la noche de lunar asombro,
por tu mano, sentida sobre el hombro,
y tu pie, compañero de mi vida.
Busco tu blanco fuego en mi agonía
quemando el labio con que no te nombro,
arquitecto en el tiempo de mi escombro,
dulce alfarero de la vida.
Apenas puedo presentirte ahora;
es mi vida un cegado desconsuelo
y un torpe anhelo que en la voz me llora.
Y te busco, extraviado y a deshora,
¡que es mi tiempo de errar bajo del cielo
hoy, desterrado de tu eterna aurora!
Madre
Mi madre, enferma en su batón raido,
se demora y ausculta en la penumbra
se la vajilla del hogar relumbra
y si estoy bien tapado y ya dormido.
Abre la puerta sin hacerme ruido
y con la última lámpara que alumbra
a media luz mi corazón columbra
un jirón de mortaja en su vestido.
Porque madruga cada vez más vieja
en su trajín de remendar el cielo
con un hilo de su alma destejida.
Y yo siento que todo se me aleja,
que no sé darle ni un fugaz consuelo
entre tanto recuerdo que la olvida...
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