Wilfredo Peña,   El Salvador, 1965


Huracán

Ese día el orbe se vistió de luto
y soltó sus huracanas.
Lágrimas de hielo se esparcieron
en los techos de las casas.
Los pinos, más verdes que nunca
aullaban con dolor de siglos.
Los tallos de las zarzas
se doblaron en señal de respeto
ante el poder del cielo.
Y tú, mi niño, mi árbol celeste
aferraste tus raíces endebles
a mi barro inmemorial
en busca de mi corteza añeja
y su calor fraterno.
Presuroso te vertí mi clorofila
con bondad de cisne
y te di mi savia matutina
con pasión de amante clandestino.
Hoy te digo, mi niño, mi árbol celeste
siempre que necesites la miel de mi cosecha
la encontrarás en mi bosque alado.
Aquí estaré erguido, para ti,
con mi voz de amapola
mientras el fuego forestal de la guerra
no me alcance.


 
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